sábado, 26 de marzo de 2011

127 horas

Es difícil saber cuáles son los límites del espíritu humano. Imposible determinar hasta dónde puede llegar el hombre (en  cuerpo y alma) en la lucha por sobrevivir.  La historia nombra algunos límites y enumera quiénes los rompen.  En la larga lista de transgresores podemos mencionar desde el atleta que puede correr 100 metros en menos de 10 segundos hasta aquel hombre que cruza el desierto de Arizona y penetra la frontera de Estados Unidos con tan sólo (o sin) una botella de agua y nada de alimentos en 5 días. Desde el alpinista que llega a la cima del Everest sin tanque de oxigeno, hasta el balsero que se perdió en altamar por casi 9 meses.
Desde niño las historias de sobrevivencia eran contadas por mi padre en las noches en la que la tormenta interrumpía el suministro de luz eléctrica. Entonces las historias de coraje, valentía venían a colación. Mi padre me contaba los reportajes que leía en la revista Selecciones: Los sobrevivientes de los Andes; una turista de crucero que queda a la deriva y nada por 3 días; los rescatistas del sismo del 85, el ciclista que después de tener cáncer de testículos vuelve a ganar el Tour de Francia. Cada de una de estas historias tenían el común denominador del poder de la voluntad del espíritu humano. Yo simplemente oía, imaginaba.  Los límites del hombre son incalculables. La ciencia dice una cosa, la voluntad quebranta todo.
127 horas, es la última película de Danny Boyle, el incomprendidamente multipremiado director por Quisiera ser millonario, en ella vuelve hacer uso de un estilo con artificios y pirotecnia cinematográfica para contarnos una historia moderna de sobrevivencia.  Aquella de un chavo gringo que le gusta los deportes extremos y que se lanza a la aventura para recorrer  parte del desierto de Utah. En ese viaje queda atrapado al caer de un cañón y sobre su mano cae una enorme piedra que le hace imposible su escape. La línea argumental es precisamente el transcurso de 127 horas atrapado y las vicisitudes para poder salir vivo de ese lugar.  Cinco días atrapado, sin agua y alimentos. La única forma es cortarse la mano y caminar hasta que alguien lo encuentre y le ayude. Esa es la historia. El morbo al asistir a la sala es saber si se verá como se corta la mano en una secuencia casi al estilo gore de los ochentas.
El noveno largometraje en la carrera de Boyle es una producción muy cuidada, con una excelente fotografía, un acompañamiento musical bueno y sobre todo una inspirada interpretación de James Franco, que hace soportable los más de noventa minutos que dura esta recreación de un caso real. La película en general está construida para impactar, para mover las tripas, para que se sepa que nada puede contra el instinto de sobrevivencia del hombre. La verdad no sé si sobrevaloraron ( nuevamente) el trabajo de Boyle, ni que sea lo peor de su carrera, pero lo que si sé, y se agradece, es que ese director inglés me hizo recordar las historias contadas por mi padre sobre los superhombres que sangran, que sienten y que superan todo limite. Eso vale la pena. Que los clavados del cine hablen mal de ella. Usted véala y cuéntela en el apartado de "Historias extraordinarias de sobrevivencia".

No hay comentarios:

Publicar un comentario