sábado, 9 de abril de 2011

Rango: Cuando las palomitas dan sed.


 Las múltiples lecturas siempre aparecen en cualquier arte. El filtro de la percepción (siempre personal) acompaña a la vista de cualquier manifestación artística del hombre. La clarificación de algún mensaje en el discurso artístico es acompañada no sólo por los conocimientos obligatorios que rigen la estética sino por la maraña de vivencias, cultura, estado de ánimo del espectador. Me explico más claro. El ver, escuchar y sentir una obra va intrínsecamente ligado a lo que sabemos, hemos vivido, leído o escuchado. De ahí los gustos e inclinaciones por los géneros o disciplinas.  ¿No le ha pasado que al leer o ver algo,  no lo toma a otras interpretaciones y se le hace una lectura difícil, pesada o sin efecto,  pero con el paso de los años o al hacer  otras lecturas, encuentra una referencia que le hace brillar aquello que ya leyó  y esto se torna más completo e importante?  ¿Le ha pasado? ¿Recuerda el libro de El Principito? ¿Recuerda lo simple y profundo de su mensaje?  
Rango es un camaleón doméstico (de esos que nos venden en las tiendas de mascotas)  que vive  sólo con su ilimitada imaginación  en una pequeña isla de plástico  y que al  recitar a Shakespeare llega a la cúspide existencial al preguntarse: ¿Quién soy yo?   En ese preciso momento de la búsqueda del ser en una lagartija, los dueños de Rango tienen un accidente en carretera y  queda desamparado en medio del desierto. Tras vagar sin agua durante varias horas, Rango conoce a Beans, una lagartija ranchera que lo conduce hasta el pueblo de Dirt, azotado por la sequía, culpa de su alcalde y cacique quien administra la última cisterna del lugar. Entonces el escenario del camaleón actor está listo para construirse una leyenda y convertirse, aunque sea en cuentos, en un héroe del género western. Un western animado, con todos los personajes del género: un forastero, un antihéroe, la búsqueda de la justicia, los revolvers, los duelos, la sed. Hace algunos años nadie apostaba por el western.  Era un género muerto, y groseramente parodiado. Ahora vemos su tímida resurrección de la mano de de los Coen por “Temple de acero" (True grit, 2010) y de Gore Verbinski, el tipo que revivió las películas de piratas con sus "Piratas del Caribe" y que ahora nos regala la ilustradísima existencia de una lagartija casera que se convierte en sheriff.
En el pueblo a dónde llega Rango ( y en nuestro mundo) el agua es la medida y detonadora de todas las acciones. Es el valor y el futuro de los seres vivos y el hombre al tener control de ella es el cacique de reinos que no nos pertenecen.
 El valor de esta cinta animada no sólo es por la perfección técnica en los personajes, paisajes y musicalización, sino en las múltiples percepciones que se le pueden apuntar a las aventuras de esta lagartija que le cuento.   Rango no sólo es una película animada para niños que ni siquiera conocen (por su corta edad) a Clint Eastwood, o a Sartre, sino un noble discurso de la existencia misma del individuo, siempre en busca del conflicto. Aquel conflicto capaz de hacernos recordar que estamos vivos. Y por lo mismo, sentir sed, hambre, soledad y redención.
Lleve los chamacos al cine, ellos reirán y usted disfrutará de otra lectura.

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