miércoles, 20 de octubre de 2010

La vida es biutiful, amigo Inárritu



Por: Emmanuel Martínez Zamorano
Hace 10 años una voz cinematográfica comenzó ha ser eco en los principales festivales de cine del mundo. Algunos críticos alrededor del globo le llamaron como `la punta de lanza del Boom del nuevo cine mexicano´ (aunque no se tenga bien claro que es eso del Nuevo Cine Mexicano). Fue hace 10 años que se estrenó Amores Perros de Alejandro González Iñárritu. La película detonó de inmediato opiniones encontradas, incluso algunas de ellas encumbraban al director mexicano como el nuevo exponente del postmodernismo en el séptimo arte, otras más aseguraban que era un refrito del estilo fragmentado y de forma de rompecabezas de Tarantino, sazonado con una gran fotografía y de fondo una terrible ciudad de México. Otros más sólo fuimos espectadores de una de las mejores películas mexicanas de la última década. Y sólo eso, espectadores. En aquel entonces la narrativa era fresca, llena de fuerza, con una edición endiablada. Este es el verdadero logro de Iñárritu. Amores Perros es una película cruel. No tanto por el sufrimiento de los perros que participaron en el film, sino por el destino de sus personajes que sobreviven a un purgatorio urbano. Una película sucia y bella, como el mismo DF, que está plagada del cine de culto de todos los tiempos, con homenajes, guiños, trucos en el guión y tan humana como un error de ortografía en una carta de desamor. En esta historia los protagonistas viven y en algunos casos mueren, como perros. Es el relato a carne viva de las historias perdidas en las calles color gris asfalto de toda megaurbe. En la ópera prima de González Iñárritu las tres historias que conforman este cuadro hiperreal del Distrito Federal contemporáneo creado por la pluma de Guillermo Arriaga, están tan bien nutridas por las actuaciones, que era necesario realzar también la dirección con tripas de un debutante `Negro´, como le dicen sus cuates. La apuesta de él siempre ha sido la construcción y el reconocimiento a su narrativa y tal parece que 10 años y 3 películas después lo logró. Reconocido en Cannes como mejor director, y aplaudido en cuanto festival de cine se pare, Iñárritu ha logrado que la crítica y el mercado lo tomen en cuenta. Tanto él como director y Arriaga como guionista, nos han llevado a lugares oscuros del alma humana. Desde la vida en la óptica de un desahuciado, hasta la esperanza que representa el embarazo de una exadicta a la cocaína, echando un vistazo también a un mundo que entre más herramientas tiene para comunicarse, más ausente esta el calor de las relaciones humanas.
En su última película ( de la que espero platicarle pronto) Iñárritu nuevamente vuelve a los azotes, al dolor, a la búsqueda de la redención. No estoy seguro si lo que busca es dejar un registro de las angustias de la humanidad frente a la modernidad y la globalización o es un director que no tiene más que hacer que repetir la receta en cada uno de sus filmes y esperar con ello la cosecha de lo que siembra en cada una de sus pelis: la semilla que brote en premios y palmas de la crítica. De que es un maestro, lo es, de eso no hay duda. Lo que nos cansa de su filmografía es precisamente eso, el eterno discurso del dolor del hombre moderno. Ojalá Biutiful, sea la última fotografía grotesca del collage para nosotros los azotados, señor Iñárritu. Dicen que la vida es bella.

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